Razón o emoción, ¿cómo equilibrarlas?
Somos seres sensibles. Los conflictos no siempre tienen una connotación negativa, pero tienden a activar sentimientos, despertar emociones e influir en estados de ánimo no siempre deseados en nosotros. Estos sentimientos, sensaciones y estados de ánimo depresivos tienden a ser más pronunciados cuando se producen conflictos entre personas que han mantenido una relación afectiva durante muchos años, como las disputas familiares. Si a esto se añade la experiencia de la confrontación con el sistema judicial, se preprograma un mayor estrés.
Los mediadores deben ser conscientes del impacto de las emociones en el éxito o el fracaso del proceso de mediación. La mediación debe promover la comunicación y permitir a las partes encontrar sus propias soluciones satisfactorias para superar sus problemas o, al menos, experimentar una mejora en su relación o finalizar el proceso con una sensación de revalorización y empoderamiento. Esta tarea se hace aún más difícil si las emociones no se comunican a través de los canales adecuados. La primera tarea del mediador es, por tanto, crear un espacio en el que se fomenten el diálogo sereno y la empatía y en el que las emociones puedan expresarse con confianza sin causar trastornos. El mediador debe estar atento desde el primer contacto para reconocer y matizar las emociones y minimizar su impacto en el desarrollo del proceso y la calidad de la mediación.
El objetivo de este documento es considerar los afectos, sentimientos y emociones en el proceso de mediación y proporcionar a los mediadores directrices y recursos específicos para gestionarlos. Se presta especial atención a la "ira", ya que es frecuente y repercute en la gestión de los conflictos.
Sentimientos y emociones durante el proceso de mediación Nota especial sobre la mediación en asuntos de familia
El artículo 1 de la Ley 5/2012, de 6 de julio ("LMACyM"), define la mediación como "un medio de resolución de conflictos, con independencia de su denominación, en el que dos o más partes intentan alcanzar un acuerdo voluntario mediante la intervención de un mediador". El mediador, experto cualificado en el litigio, facilita la comunicación entre las partes y se asegura de que estén plenamente informadas y asesoradas (artículo 13.1, LMACyM). También desarrollan medidas positivas para la conciliación de los participantes en el proceso de mediación, respetando los principios establecidos en la ley (Art. 13.2) - voluntariedad, neutralidad, imparcialidad y confidencialidad.
Partiendo de estas premisas y conscientes de que éste es el marco legal de la mediación en nuestro ordenamiento jurídico, la Ley de Mediación Familiar está vigente en todos los municipios. Se trata de un proceso estructurado de resolución de conflictos (a nivel personal, social y económico) que pretende animar a las partes implicadas en el proceso a alcanzar por sí mismas acuerdos que puedan mantenerse en el tiempo, al tiempo que se mejora la comunicación entre las partes y se desarrolla su capacidad para hacer frente a posibles conflictos futuros.
Quizás te interesa:Reflexiones para 2018: Feliz presente nuevoPara alcanzar estos objetivos y facilitar la comunicación, el mediador debe crear primero un espacio de confianza y un contexto en el que puedan explicitarse los intereses, las necesidades y los sentimientos de los participantes (Bolaños, 2000). Este trabajo debe comenzar antes del propio proceso de mediación y debe fomentarse desde el momento en que las personas en conflicto se acercan por primera vez a la mediación, a través de una sesión informativa preparatoria (SIP).
Para crear este marco de comunicación, el mediador debe tener una serie de habilidades y cualidades personales (por ejemplo, compostura, autocontrol y objetividad) y ser flexible, adaptando los gestos y el lenguaje a los del demandante y utilizando diferentes herramientas técnicas. Una de las herramientas básicas es la escucha activa, que se realiza tanto a través de pequeñas intervenciones como del lenguaje análogo (Chaparro Matamoros, 2013; Méndez Barrio, 2013; ), acompañada de otras técnicas como las preguntas (abiertas, aclaratorias, etc.) y las afirmaciones, así como la aclaración, la reafirmación y la redefinición (Suares, 1996). La escucha activa y el refuerzo son muy eficaces a lo largo de todo el proceso, pero son especialmente importantes en la fase inicial, cuando los actores están descubriendo situaciones conflictivas.
Estas técnicas contribuyen a dar legitimidad a los participantes en el proceso (incluido el mediador), es decir, la oportunidad de confirmar su posición y legitimarse (la oportunidad de contar su versión). En el momento en que el mediador es capaz de aceptar y legitimar a cada participante como interlocutor válido, se crean las condiciones para que cada actor se posicione más positivamente en relación consigo mismo y se reevalúe (Bush y Folger, 1996, p. 55 y ss.). La capacitación consiste en aportar calma, claridad y confianza a las partes y hacerles conscientes de por qué sus objetivos son importantes, cuáles son sus opciones, qué recursos tienen a su disposición y cuáles son las ventajas y desventajas de sus elecciones. Cuando las personas en conflicto acuden a la mediación, su autoestima, su confianza en su propia capacidad para afrontar el futuro - en resumen, su autoestima - pueden verse gravemente afectadas. La autoestima tiene dos componentes. Es un sentido de competencia personal y de valía personal (Branden, 1988, 1997, 1999, 2001; Rojas Marcos, 2007).
Por desgracia, la mediación no suele ser la primera opción para la gestión de conflictos. En la decisión entre un modelo de gestión de conflictos integrado y otro distributivo influyen nuestros factores motivacionales -el grado de interés propio y la preocupación por los demás (Montes, Rodríguez y Serrano, 2014)-, pero también nuestros sentimientos y sensibilidades (Redorta, Obiols y Bisquerra, 2006). Por otra parte, en nuestra cultura, desde pequeños no hemos aprendido a hacernos valer ante los problemas, ya que suelen ser terceras personas con autoridad, como padres, profesores, directores de colegio, médicos, curas y jueces, quienes deciden quién gana y quién pierde. Por lo tanto, es importante legitimar, revalorizar y empoderar a los participantes en la mediación frente a ellos mismos para que cada individuo pueda convertirse en un verdadero actor de la gestión de su propio conflicto. El mediador debe ser consciente de la resistencia a las justificaciones de los participantes que puede surgir en el proceso, resistencia que también está causada por sus propios prejuicios, ideas y actitudes: la mediación es un espejo de sí mismos. A medida que mejora la comunicación, los actores pueden reconocerse y legitimarse mutuamente. El reconocimiento es un acto crucial que se consigue gradualmente a medida que cada participante es capaz de plantear su propia evaluación durante el proceso, ir más allá del conflicto y mostrar empatía y sensibilidad hacia la situación del otro - los participantes pueden ponerse en el lugar del otro, pero esto no significa que tengan que compartir sus propias normas y perspectivas. Esto no significa que tengan que compartir sus propias normas y perspectivas (Della Noce, 1999).
La programación neurolingüística enseña que las personas tienen mapas mentales diferentes y que muchos conflictos surgen porque creen que la otra persona está participando en su representación de la realidad (Mahony, 2009; Stalh, 2002;). Sin embargo, "un mapa no es un territorio" (Korzibsky, 1933) y "un nombre no es un nombre de pila" (Bateson, 1980), es decir, cada individuo desarrolla su propia representación cuando se enfrenta a los mismos estímulos. Cuando la intervención de un mediador crea rapport, es decir, armonía, el actor puede tomar conciencia de su programa mental y corregir o evitar elaboraciones inútiles. Como mediadores, debemos ayudar a los actores implicados a encontrar nuevas perspectivas de resolución de conflictos y fomentar su capacidad para formular opciones creativas. En la escuela nos han enseñado a pensar de forma lineal y vertical, es decir, según patrones predeterminados que parecen incuestionables, en lugar de pensar de forma explícita y consciente. diferentes perspectivas, ayudan a encontrar la solución más adecuada y permiten el consenso (De Bono, 1988, 1999).
Quizás te interesa:Los conflictos pueden surgir de percepciones erróneas y emociones negativas, pero también influyen factores culturales, estructurales y de comportamiento. Emociones y conflictos son dos conceptos estrechamente relacionados. La experiencia demuestra que los conflictos desencadenan emociones y sentimientos básicos intensos (ira, tristeza, miedo, preocupación, sorpresa, alegría, disgusto, envidia, culpa, etc.). En las disputas familiares, la tensión emocional y afectiva suele ser muy alta. Es cierto, sin embargo, que no puede prescindirse de la dimensión emocional en los litigios más "racionales", como los que se plantean en los ámbitos civil y mercantil (piénsese, por ejemplo, en los litigios empresariales de sucesión familiar). El tratamiento de las emociones es aún más complejo para los mediadores cuando, como suele ocurrir en la mediación familiar, el litigio está muy judicializado y puede incluso seguir la vía de la derivación a mediación. Los actores suelen estar menos dispuestos a buscar el consenso y pueden estar inmersos en un proceso de duelo por la pérdida o pérdidas sufridas -no en vano, el proyecto de vida en común que comenzó como una ilusión ha desaparecido- y suelen experimentar un desajuste general, culpa, ansiedad, confusión, miedo, incapacidad para mirar al futuro y otros sentimientos. ...... El proceso judicial en sí es largo y costoso y se basa en una estrategia de confrontación que resta poder a las partes y se lo da a los miembros del sistema (jueces, fiscales, abogados, etc.), lo que provoca un estrés adicional.
Así pues, los estados de ánimo, los sentimientos y las emociones pueden influir en la gestión de conflictos, aunque sólo sea ligeramente, y orientar el comportamiento humano en la aparición de conflictos y las reacciones en la gestión de conflictos. Esto se aplica tanto a la esfera interpersonal, es decir, a la influencia sobre el propio comportamiento en los conflictos (reacciones a las propuestas), como a la esfera interpersonal, es decir, a la influencia sobre el comportamiento de los demás participantes. Investigaciones empíricas recientes han demostrado que las emociones positivas (por ejemplo, la alegría, la gratitud, la admiración, la esperanza, el interés, el amor) favorecen en general reacciones orientadas a la adaptación y la cooperación, en contraste con los estados de ánimo y las emociones negativas (por ejemplo, la ira, el miedo, la tristeza, la culpa, la envidia), que conducen más a menudo a comportamientos competitivos y apoyan estrategias de dominación. (Montes et al, 2014). Por lo tanto, en la mediación, es importante reconstruir el afecto negativo y promover un contexto emocional que proporcione a los participantes más seguridad a la hora de encontrar soluciones consensuadas y eficaces.
Partir de estas coordenadas y aceptar que los actores pueden -y suelen- llegar a la mesa de mediación en un estado de tensión y estrés y crear un trasfondo emocional positivo puede parecer una tarea desalentadora. Para crear sintonía y equilibrio emocional cambiando las percepciones del conflicto, los mediadores deben reunir su propio conjunto de herramientas. Empatía, asertividad, autoconciencia, entusiasmom.... (Goleman, 2006), y es esencial desarrollar otras habilidades, como la inteligencia emocional. Dados los vínculos teóricos complementarios de la mediación con diferentes escuelas de pensamiento relacionadas con el comportamiento humano, es importante que como mediadores podamos desarrollar también habilidades de otras disciplinas, como los enfoques sistémicos, la teoría Gestalt, las constelaciones familiares, el coaching, el diálogo apreciativo, etc., así como los conceptos de Programación Neuro-Lingüística (PNL) mencionados anteriormente. La integración de la PNL en el proceso de mediación puede lograrse a través de diversos métodos. Por ejemplo, el uso de nuevos términos si se utilizan en la mediación, como cohabitación en lugar de derechos de visita, cotizaciones en lugar de pensiones, cambio de custodia por patria potestad, etc. El uso del silencio, el humor, la desteatralización (para quitarle hierro al problema) o las metáforas para profundizar en la comprensión son recursos que pueden ayudar a las personas a separarse mejor de los problemas para poder gestionar las emociones del conflicto, armonizarlas y crear alternativas.
Para reconstruir sentimientos y emociones y evitar interferir en el proceso, primero es necesario reconocerlos. El reconocimiento de las emociones y su significado para quien las experimenta es, sin duda, un lenguaje de aprendizaje. La empatía permite reconocer las emociones a través de la percepción. No sólo lee el lenguaje digital y analógico: expresiones faciales, postura, respiración, tono de voz, ritmo, movimientos de las manos, etc. (sinergia), pero la coherencia de la comunicación digital y analógica permite reconocer el estado emocional del actor. Siendo empáticos y expresando al mismo tiempo que saben comunicar empatía y comprender las emociones sin juicios de valor, los facilitadores pueden generar confianza (Folberg y Taylor, 1996). Dado que la empatía es una forma de saber estar, al igual que otras habilidades (escucha activa), puede transferirse más allá del ámbito de la mediación a nuestra vida cotidiana; de hecho, puede ser un excelente ejercicio para integrar de forma natural en el proceso de mediación. Una vez que se reconoce una emoción, hay que abordarla lo antes posible. Entre los posibles comportamientos se incluyen la comprensión y la protección en el caso del miedo, el estímulo y la atención en el caso de la tristeza, la orientación y la prevención en el caso de los sentimientos de sorpresa, y la evitación y la explicación en el caso de los sentimientos de envidia (Redorta et al., 2006).
La ira en los procesos de mediación
Una emoción que aparece una y otra vez en la vida cotidiana, no sólo en la mediación, es la ira. La ira es una emoción primaria y natural, al igual que la alegría, la tristeza, el miedo y la nostalgia. Aunque algunos han escrito que la ira es una emoción destructiva y que incluso puede llevar a la muerte, la ira en sí misma no es ni positiva ni negativa. Es una respuesta puramente adaptativa a estímulos externos que, cuando se separan de los factores culturales, se perciben como amenazadores y, por tanto, tienen un valor funcional para garantizar la supervivencia. Como emoción, se asocia con la ira y la rabia y se considera transitoria porque se desencadena por estímulos externos. Otra cosa es la ira como rasgo genético de la personalidad que influye en ciertas predisposiciones al estado emocional de ira y a su expresión incontrolada (ira agresiva). La incapacidad para controlar la ira se considera socialmente un signo de inmadurez y está condenada por la mayoría de las religiones (un pecado mortal en el catolicismo). El control de la ira, por otra parte, se asocia con la fuerza y, por lo tanto, a menudo con la supresión de la ira, que es muy diferente de la gestión de la ira. La supresión de la ira, o ira pasiva, es una respuesta de evitación ante el estímulo desencadenante, que luego puede traducirse en comportamientos como la crítica, la culpa, la manipulación de los demás, el comportamiento compulsivo (limpiar siempre), etc.
En general, la ira agresiva provoca una serie de reacciones físicas en la persona que la experimenta (aceleración del ritmo cardíaco, aumento del flujo sanguíneo, activación de la hormona cortisol...). ), que a su vez desencadenan una serie de reacciones físicas. Así que cuando la amígdala ha tomado el control y las emociones, en este caso la ira, están fuera de control, el sistema hormonal necesita tiempo para volver a regularse. A largo plazo, estas reacciones pueden afectar a nuestros órganos internos y a nuestro sistema inmunitario, lo que a su vez puede afectar a nuestra salud. En la medicina tradicional china, se cree que las emociones alteran el equilibrio de los órganos internos y afectan al flujo del qi y la sangre. En particular, la emoción ira se instala en el hígado y afecta al tracto gastrointestinal. Los arrebatos hostiles de ira también pueden afectar a la calidad de las relaciones interpersonales. Esto significa que debemos aprender a reconocer nuestra ira y expresarla adecuadamente mediante la autoafirmación, en lugar de negarla, replegarla sobre nosotros mismos y "quemarnos".
En la mediación, es habitual que una o ambas partes expresen su enfado para ganar poder o intimidar a la otra parte. Está claro que es difícil comunicarse y llegar a un acuerdo cuando uno está frustrado o enfadado. Además, las expresiones hostiles de ira pueden agravar el conflicto y obstaculizar el proceso de mediación. Sin embargo, en situaciones en las que es fácil expresar las emociones, es evidente que las expresiones de ira pueden aportar información importante y no deben descartarse en absoluto. Los mediadores deben saber encontrar el equilibrio adecuado y aceptar expresiones de emoción no hostiles cuando se trata de hacer valer los intereses y establecer límites (Butts Griggs, 2007).
No existe una fórmula mágica para tratar la ira en la mediación. Parece claro que crear un ambiente tranquilo, prestar atención a los síntomas físicos (fatiga y estrés), negociar intereses en lugar de posiciones, escuchar activamente y resumir con empatía puede ayudar a evitar expresiones hostiles. Cuando se reconoce la ira, lo que no siempre es fácil (por ejemplo, la ira puede manifestarse como frustración), la estrategia del mediador consiste en desactivar la ira y tratarla inmediatamente, por ejemplo, distrayendo al objeto de la ira. Si la ira de una de las partes es patológica y resulta imposible continuar con la mediación, el proceso debe suspenderse temporal o definitivamente e iniciarse una terapia.
El equilibrio entre razón y emoción determina nuestra humanidad. Es un proceso dinámico. Razón y sentimiento se integran en función de nuestro cerebro. Esta es la tesis planteada en El equilibrio. Manual del usuario", un nuevo libro del cardiólogo, especialista en estrés y conferenciante argentino Daniel López Rosetti.
EQUILIBRIO: Guía del usuario. Cómo pensar, sentir y tomar decisiones. Daniel Lopes Rosetti Ariel, p. 314
Cómo pensamos y sentimos determina nuestras decisiones. En consecuencia, nuestras elecciones conforman lo que somos. Estas elecciones nos ayudan a alcanzar el equilibrio. En otras palabras: Bienestar. Sin embargo, no nacemos aprendiendo. Aprendemos con el tiempo. La experiencia, dice Lopes Rosetti, se adquiere tomando malas decisiones.
Por ello, Equilibrio se concibe como un "manual de instrucciones -no nacemos con uno-, un libro útil, un libro de ayuda".
No somos seres racionales, somos seres emocionales con mente. Y está claro que no es el caso.
-Daniel López Rosetti.
La escalera hacia el equilibrio
El texto de Equilibrium se presenta en once etapas, que corresponden a los once capítulos del presente libro. El primer título, que es la tesis del libro, es "Razón versus emoción: una falsa oposición". Y el último es "Equilibrio y felicidad", consecuencia de los diez anteriores.
Este último capítulo termina con una declaración de intenciones del autor. Puede decirse que el espíritu del libro se resume en la última línea del poema "Desiderata" de Max Ehrman: "Te deseo felicidad".
Los capítulos intermedios, del 2 al 10, tratan sobre la conciencia y el yo, la empatía, la memoria y el recuerdo, la realidad, los pensamientos, los sentimientos, las emociones y la salud, subiendo peldaño a peldaño. Y finalmente el último paso, "Nuestras elecciones".
Y estas elecciones pueden llevarnos a situaciones estresantes (el estrés se convierte en sufrimiento cuando alcanza un nivel superior) o pueden conducirnos a la felicidad y al bienestar deseable.
La razón decide y la razón justifica.
-Daniel López Rosetti.
Lopes Rosetti también propone un test de inteligencia emocional en la última página de Equilibrio, donde el lector puede seguir las instrucciones para realizarlo. La prueba fue desarrollada por Peter Salovey y John Mayer. Estos dos psicólogos estadounidenses hablaron por primera vez de Inteligencia Emocional en 1990, pero fue Daniel Goleman quien la popularizó cinco años después.
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